sábado, 30 de marzo de 2024

UNA DEUDA PENDIENTE

 


                                                                          El paisaje salía de tu voz...

                                                                            Carlos Oquendo de Amat



   Durante mucho tiempo los nombres y las obras de escritoras estaban casi ausentes en los manuales de literatura, apenas si se les mencionaba, primaba el casi absoluto silencio y ocultamiento. Salvo especialistas y algunos curiosos lectores, hasta el día de hoy casi se desconoce la importancia, por ejemplo, de una escritora griega, una de las mayores poetas de todos los tiempos, hablo de Safo de Lesbos (c. 620-570 a. C.), en cuya obra (de la que apenas han sobrevivido fragmentos), percibimos una intensidad pocas veces igualada, sino veamos este fragmento traducido en prosa:


Me parece que es semejante a los dioses aquel hombre que se sienta frente a ti, y escucha de cerca tu dulce hablar y tu amable reír.

Esto oprime mi corazón en el pecho: porque al mirarte de repente me falta la voz, la lengua se me traba, un fuego sutil recorre mi cuerpo, nada veo, me zumban los oídos, un sudor frío me cubre y tiemblo, me pongo más verde que la hierba y a poco de morir, me hallo sin aliento…


   Con palabras sencillas, Safo expresa la experiencia de esos amores que, a veces, crean desasosiego: sus palabras nos dejan en evidencia, nos desnudan y dicen lo que dentro de nosotros ocurre cuando los celos nos gobiernan.




    Han habido muchas poetas, escritoras (novelistas, cuentistas), pero sus nombres estaban ausentes o eran apenas mencionados. Aquí en América, en el largo periodo del virreinato, por ejemplo, hubo poetas geniales como Sor Juana Inés de la Cruz (nacida en el siglo XVII en lo que hoy es México). Leamos este poema que aborda el tema del trato desigual a la mujer por parte de los hombres y de la sociedad:


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.


   Más al sur, en esos años de dominación española, en estas tierras que hoy llamamos Perú, hubo dos poetas que decidieron, a través de seudónimos, mantenerse en el anonimato: Clarinda y Amarilis, esta última envió un poema (“Epístola de Amarilis a Belardo”) a Lope de Vega quien, muy halagado, respondió con otro poema a la admiradora peruviana. He aquí un fragmento del poema de esta misteriosa poeta:


El sustentarse amor sin esperanza,
es fineza tan rara, que quisiera
saber si en algún pecho se ha hallado,
que las más veces la desconfianza
amortigua la llama que pudiera
obligar con amar lo deseado;
mas nunca tuve por dichoso estado
amar bienes posibles,
sino aquellos que son más imposibles.
A estos ha de amar un alma osada;
pues para más alteza fue criada
que la que el mundo enseña;
y así quiero hacer una reseña
de amor dificultoso,
que sin pensar desvela mi reposo,
amando a quien no veo y me lastima:
ved qué extraños contrarios,
venidos de otro mundo y de otro clima.


Al fin de este, donde el Sur me esconde
oí, Belardo, tus conceptos bellos,
tu dulzura y estilo milagroso;
vi con cuánto favor te corresponde
el que vio de su Dafne los cabellos
trocados de su daño en lauro umbroso
y admirando tu ingenio portentoso,
no puedo reportarme
del descubrirme a ti, y a mí dañarme.
Mas ¿qué daño podría nadie hacerme
que tu valer no pueda defenderme?…


   Cuando uno revisa bibliografía antigua sobre literatura, resulta que entre los nombres claves del Romanticismo como Holderlin, Novalis, Byron, Shelley, Keats, Walter Scott, Victor Hugo… no se mencionan a Mary Shelley (la autora de la novela “Frankenstein”), tampoco a las hermanas Brontë (autoras de cimas novelísticas como “Jane Eyre” y “Cumbres borrascosas”), o si aparecen, sus nombres figuran como curiosidades de época.





   Otro nombre clave: el de la poeta Emily Dickinson. He iniciado hace unos meses el abordaje, lápiz en mano, de los tres tomos de las Poesías completas de la insondable Emily Dickinson, poeta norteamericana que optó por vivir aislada, que en los cortos 56 años de vida fue una casi completa desconocida y cuya poesía es una permanente indagación y revelación de los misterios de la vida. Harold Bloom dijo de ella que tenía “otra manera de ver, casi en la oscuridad”. Este es uno de sus poemas:


739

Muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos -
como los náufragos - creen que
avistan tierra -
en el centro del mar -

y luchan
sin fuerzas - solo para probar
tan des
esperadamente como yo -
cuántas orillas ficticias hay -
antes del puerto -


   Uno de los secretos mejor guardados de la literatura brasileña es la escritora Clarice Lispector: novelista, cuentista, periodista, traductora..., una de esas estrellas únicas que iluminan de manera diferente cualquier firmamento. De entre toda su producción, un par de cuentos: "Felicidad clandestina" y "Mejor que arder", inolvidables relatos de la inquietante Clarice Lispector quien solía escribir en los límites del abismo y del misterio, de las que se ubican valiente y temerariamente en los bordes, allí donde se alza vuelo o se cae.





   Cuando en la década de los 60 surgió el Boom y se ubicaron en la cresta de la ola los nombres de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, curiosamente se soslayaron nombres de importantes escritoras como la chilena María Luisa Bombal y la mexicana Elena Garro, autoras de notables novelas que se anticiparon a lo real maravilloso. Basta recordar La amortajada y Recuerdos del porvenir, novelas de la Bombal y la Garro, respectivamente. Un poco más atrás, Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca, dos impecables novelas de la venezolana Teresa de la Parra. ¿Olvido?, ¿desconocimiento?...





   Volvemos a la poesía norteamericana. Cada poema de Louise Glück es un deslumbramiento, uno se rinde ante su palabra de aparente sencillez. Nos sorprende cuando nos habla de su mundo cotidiano, interno, privado, ventilado en palabras que nos conducen hacia algo mayor que nos atañe a todos, será eso que en su poesía nos descubrimos y nos reconocemos. Alguna vez ella escribió: "Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. Tuvo que ganar el Premio Nobel para que muchos se enteraran de su existencia, mejor dicho, de su obra.


CONFESIÓN


Mentiría si digo que no tengo miedo.

Le temo a la enfermedad, a la humillación.

Como todo el mundo tengo mis sueños.

Pero he aprendido a esconderlos,

a protegerme

del éxito: cualquier felicidad

atrae la ira de las Parcas.

Son hermanas y son salvajes.

No poseen ningún tipo de emoción,

solo envidia.


   En fin, podríamos seguir mencionando los nombres y obras de poetas, novelistas, cuentistas mujeres, pero de eso no se trata. ¿Qué motivó, entonces, estas líneas? Que al revisar mi lista de lecturas de los últimos meses, caí en la cuenta que venía leyendo obras de mujeres. He aquí algunos nombres, aparte de las obras de Mary Shelley y Emily Dickinson:





1. “En un balneario alemán” de Katherine Mansfield.

2. “El malentendido” de Irene Némirovsky.

3. “Felicidad clandestina” de Clarice Lispector.

4. “Reflejos en tus ojos dorados” de Carson McCullers.

5. “Matar un ruiseñor” de Harpeer Lee.

6. “La última niebla” y “amortajada” de María Luisa Bombal.

7. “Ifigenia” de Teresa de la Parra.

8. “Poesía completa” de Alejandra Pizarnik.

9. “La voluntad del molle” de Karina Pacheco Medrano.

10. "Al faro" y “Las olas” de Virginia Woolf.

11. “Reencuentro de personajes” de Elena Garro.

12. “La vida de mujeres” de Alice Munro.

13. “Ximena de dos caminos” de Laura Riesco.

14. “La campana de cristal” de Silvia Plath.





   Sirvan estas líneas para acercarnos a la obra de tantas mujeres que durante mucho tiempo se las mantuvo en la oscuridad y la ausencia. Es una deuda pendiente y es necesario saldar cuentas.





   Continuará…



                                   Morada de Barranco, 30 de marzo de 2024



martes, 27 de febrero de 2024

APUNTES DE UN MES QUE YA TERMINA

 


                                                              En tu sueño pastan elefantes con ojos de flor...

                                                                                  Carlos Oquendo de Amat



   ¿Quién me inculcó el amor a la lectura? Mi padre, él fue quien, en mi infancia, me condujo hacia la lectura. Hubo ciertas noches, después de la cena, que mi papá aprovechaba y empezaba a contar pasajes de la historia universal (era su curso favorito en el colegio, lo deduje luego de ver una libreta de notas). No era nada raro escucharle contar historias del hombre primitivo, de los egipcios, de los griegos y romanos, de los viajes de Colón o sobre los incas y la caída del Tahuantinsuyo... Nunca contó una sola historia después del desayuno o del almuerzo, era imposible, su horario de trabajo se lo impedía: sus historias fueron siempre nocturnas. Así, cansado y todo, se daba tiempo para contar.





   Sentados alrededor de la mesa, mi hermana Gloria y yo, escuchábamos embelesados aquellas historias muchas veces ingenuas, sazonadas con elementos de su propia cosecha, pero contadas con una libertad y pasión asombrosas, conmovedoras. El escuchar a mi padre creaba en mí (y también en mi hermana) un espacio íntimo que me llevaba a construir la escenografía, a crear los rostros de los personajes; o sea, nuestra imaginación alzaba vuelo. Era como un cine privado, emocionante.





   Esta disposición de mi padre por contar historias despertó dos cosas en mí: mi amor por el curso de Historia y mi incursión en la lectura. Contar historias, eso lo aprendí de mi padre. Años después, en las aulas, he utilizado lo que él de manera intuitiva hizo con nosotros dos. Este recurso me permite iniciar cada clase con una historia (un mito, una leyenda, un cuento…) y captar la atención de los jóvenes. ¿Qué busco con esto? Que el alumno vea a mi curso como un espacio amigable sin ogros, que las historias que cuento los motive de a pocos a buscar sus propias historias; es decir, empiecen a leer y destierren el prejuicio de pensar a la lectura como una actividad aburrida.





   Con la lectura como hábito, ¿qué leía cuando niño y adolescente? Viéndolo a la distancia, he de decir que leía mucho, sobre todo revistas de cine (los inolvidables Ecran), periódicos (sección deportes, sobre todo) y lo que aquí y por esos años se llamaban chistes (cómics, tebeos). De ahí a los libros había un pequeño salto y ese salto se dio sin dificultad alguna. Por coincidencia, por esos años, mi padre compró dos colecciones de enciclopedias que parecían contener todo, todo lo que uno debía saber. Esos libros afirmaron la labor iniciada por mi padre.




   Hay algo que siempre llamó mi atención de las entrevistas a escritores. Parece que a muchos le ocurrió eso de que cuando niños se enfermaron y estuvieron muchos meses en cama recuperándose. ¿Qué hacían para no aburrirse? Leían como poseídos todo lo que caía en sus manos. Eso no sucedió conmigo. Me enfermaba como cualquiera, pero eran enfermedades menores, si cabe la expresión. Si no tenía nada para leer y estaba aburrido, me iba a las chacras y cañaverales de Surco, hoy desaparecidos o encendía la vieja radio de baquelita (marca Zenith) y me abandonaba a la música, otra de mis pasiones.





   ¿Cuándo empecé a escribir? A los trece años empecé a escribir un amago de diario (¿qué será de él?). A los dieciséis años, poemas. Los tres primeros libros de poemas que llegaron a mis manos (ediciones que todavía conservo en mi biblioteca) fueron Rimas de Bécquer, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda y en un solo volumen dos libros de César Vallejo: los Heraldos negros y Trilce. Para un adolescente a quien se le abrían nuevos horizontes e iba descubriendo los desasosiegos del amor, los dos primeros libros fueron fundamentales. Ambos libros me expresaban en el plano sentimental y emocional: durante una etapa de mi vida, Bécquer y el Neruda neorromántico fueron dioses, después serían desembarcados de sus altares, vendrían otros de mayor trascendencia. Uno de ellos fue César Vallejo. Sus dos primeros libros me hicieron entrar en la conciencia del trabajo con la palabra, de la lucha con el lenguaje (sobre todo el segundo libro) y no solo la pura “inspiración” o “iluminación” emotiva.





   Posteriormente, de a pocos, fueron llegando a casa las obras de otros poetas: José María Eguren, Alberto Hidalgo, César Moro, Carlos Oquendo Amat, Martín Adán, Xavier Abril, Vicente Azar, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, entre los peruanos. Desde otras tierras recalaron en casa las obras de Carlos Martínez Rivas, Luis Cernuda, Fernando Pessoa, Paul Celan, Emily Dickinson, Li—Po, Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, Osip Maldestam, Ezra Pound, Dylan Thomas, Wallace Stevens, en fin, una larga lista.





   ¿Cuán importante fue la lectura en esos años para mí? Dejo la infancia y me ubicaré en mis años de universitario. Quienes vivimos y sobrevivimos al terrorismo y a la hiperinflación del gobierno del nefasto Alan García, sabemos bien cuán dura fue esa época: una de las más terribles por las que pasó el Perú (aunque después vendría, cual corona de lodo, la corrupción del fujimorismo). Muchos jóvenes de entonces nos aferrábamos a la vida a través de la lectura (y también de la música), resistíamos: los libros (y la música) como resistencia ante esos espacios y tiempos oscuros de angustia, de desesperanza, de mucha tristeza y de muerte (el amor vendría años después). La luz de la lectura y la música nos cobijaba, nos brindaba energía, optimismo y una certeza: a nosotros nos costaría todo siempre al doble, era nuestro signo, la marca que nos distinguiría de otras generaciones…





   Leer, escuchar y… también escribir. Durante años, mis alumnos y algunos compañeros y amigos me preguntaban si solo escribía poesía. En realidad hasta hace relativamente poco tiempo, sí. Pero decidí incursionar por nuevos territorios: la narrativa. Hace unos días he terminado de escribir mi primera novela (hay una segunda en proceso e incluso anterior a esta que acabo de terminar). Es curioso, en esta novela el aura poética no está ausente, no podría estarlo. Con satisfacción lo digo: ya es una realidad, la novela está terminada. A mediados de 2022 (en dos meses: junio y julio), escribí casi todo el libro, ahí nomás me vino la enfermedad que inutilizó mi brazo derecho, tenía la espalda destrozada y un dolor que era el infierno mismo… En 2023 no toqué la novela, es más, nunca abrí el archivo, más bien me dediqué a pulir mi libro de poemas titulado Todo cielo es un disparo, que también está terminado (¿o abandonado?). Paralelamente empecé a escribir cuentos y estoy a medio camino de este proyecto que me tiene muy entusiasmado (serán diez cuentos, de los que llevo escritos cinco).




   Recién hace dos semanas decidí retomar la novela y la pude terminar (hoy solo reviso pequeños detalles). ¿Cuál es el título de ella? Es una sorpresa, quiero reservarme esta información. ¿De qué trata? La historia se ubica en la Lima de los años 20; un jovencito de doce años conoce al joven poeta vanguardista Carlos Oquendo de Amat en un cine y, a través del cine mudo, se teje entre ellos una amistad que marcará la vida de Enrique, el protagonista, quien ya adulto, cuarenta años después, se pone a escribir sus recuerdos de entonces, esos recuerdos son el cuerpo de la novela. ¿Qué espero de este libro? Mucho. Para empezar, que lo lean. Me encantaría que circule a través de una editorial grande en el plan lector de muchos colegios del país. Por último, quiero que mi novela despierte el interés por conocer la breve obra de Oquendo, un poeta muerto muy joven y que nos dejó una bella herencia, su único libro: "5 metros de poemas".





   ¿Qué más puedo decir? Estoy feliz y esperanzado.






   Continuará…



                                            Morada de Barranco, 27 de febrero de 2024