La América del gran Moctezuma, del Inca…
Rubén Darío
El año va transcurriendo con una velocidad
que a veces me sorprende. En esta última semana, el invierno se ve interrumpido
por algunos días de sol, anuncio, supongo, de la primavera que se acerca. Es el
penúltimo día del mes de agosto y recién escribo la segunda entrada del mes. La
verdad que he venido, desde hace varios días, cavilando sobre qué escribir: a
veces los temas escasean y el ánimo para hacerlo está ausente.
De pronto, en medio de la “oscuridad”, una
luz surge y me ayuda: cada que pienso en mis alumnos, por lo general, ocurre que se me viene inmediatamente al recuerdo la grata insistencia para que, antes de las clases (yo lo llamo motivación), les cuente “historias”. Una de las últimas que les he contado es una
leyenda mexicana, relato que los alumnos celebraron y algunos se conmovieron con esta historia de desobediencia y de amor,
hablo de la leyenda de Iztaccíhuatl y Popocatépetetl.
Pero antes de continuar con esa leyenda, me
gustaría comentar que desde hace mucho me sorprenden las semejanzas que hay
entre el Perú y México. Claro, hay también mucho que nos separa, pero siempre
he pensado en los parecidos, en las semejanzas, obviamente que me refiero a semejanzas (¿o coincidencias?) muy generales, no voy a repetir lo
que por ahí alguna vez escuché o leí al referirse a los dos países: que de tan parecidos que son, podemos hablar de dos países gemelos. Creo que es una exageración.
Pero el temita da para comentarlo someramente (no voy a entrar en profundidades). Si hablamos de semejanzas, empecemos por
decir que ambos países han sido desde tiempos inmemoriales cuna de grandes
culturas, lo que los ha llevado a ser considerados como dos de los seis puntos
en el mundo donde se desarrollaron culturas autónomas, pienso en las pirámides de Caral (al
norte de Lima), por ejemplo, con sus aproximadamente 5 000 años de antigüedad,
cultura madre del Perú; pienso en las cabezas gigantescas y pétreas de los olmecas, cultura madre mesoamericana, con
sus aproximadamente 3 500 años de antigüedad.
Un
comentario aparte. He mencionado seis puntos donde se desarrollaron culturas
autónomas: Mesopotamia, Egipto, India, China, México y el Perú. El nombre de culturas autónomas o "cunas de la civilización" se le aplica a estas culturas pues no recibieron influencias de otros pueblos, lo que crearon fue producto de su capacidad para encontrarle solución a sus problemas: pienso en los maravillosos acueductos de Choquequirao y del Palacio de Nezahualcóyotl, veo las imágenes y quedo deslumbrado por la maestría de su trabajo y de ese afán que los llevó a respetar y comulgar con la naturaleza, una muestra más de su profunda espiritualidad y refinamiento.
Continuando con las semejanzas, debemos
mencionar que en nuestros territorios ocurrieron dos catástrofes históricas (disculpen la hipérbole y la solemnidad) que
influyeron notablemente en la formación actual de nuestros países, me refiero a
la conquista de los aztecas y a la conquista de los incas, dos aventuras épicas teñidas de muchas leyendas y frases para la posteridad, como estos dos sucesos que a continuación menciono: El primero cuenta que cuando los españoles quemaban los pies a un señor principal azteca y a Cuauhtémoc, el primero, para evitar el martirio, le pidió permiso al tlatoani azteca para hablar de los lugares donde estaban escondidos los tesoros, entonces Cuauhtémoc, con desprecio le dijo esta frase, que intuyo alguien metió mano para hermosearla: "¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?". El segundo hecho refiere al ofrecimiento que Atahualpa hizo a los españoles para lograr su libertad: llenar un cuarto con oro y dos con plata hasta donde llegue la punta de sus dedos. Atahualpa cumplió y este rescate se convirtió en el mayor que se ha pagado en el mundo en todos los tiempos, como se dice, "un récord". Hoy en Cajamarca incluso se puede visitar el mentado "cuarto del rescate".
Posteriormente ambos territorios se convirtieron en sedes de los dos más importantes virreinatos en América: el de la Nueva España y el de la Nueva Castilla. Y con ellos, el surgimiento en nuestro imaginario de muchas historias que nos pintan (o han tratado al menos) cómo fue ese largo periodo de trescientos años. Pienso en la obra más importante de Ricardo Palma: las Tradiciones Peruanas y cómo estos breves relatos han creado la imagen de una Lima colonial que más que probablemente no fue como Palma contó (no tendría por qué serlo tampoco): todo cabe en el mundo de la ficción.
¿Algunas
semejanzas más? Sí, se dice que las cocinas de ambos países son de las más variadas
y exquisitas en el mundo, que nos gusta la comida picante (el chile mexicano y el ají peruano), que tanto mexicanos como peruanos somos muy gentiles y amigables, que poseemos un folclor rico y diverso donde abundan los trajes y las danzas muy coloridos, que así como en el Perú tenemos nuestra Ciudad Blanca
que es Arequipa, los mexicanos tienen su Ciudad Blanca que es Mérida, en fin.
Párrafos arriba, mencioné una leyenda
mexicana. Esta narración cuenta el origen de una montaña con apariencia de mujer
dormida, es el Iztaccíhuatl que en días despejados se puede columbrar desde el
Distrito Federal. Curioso, pero aquí en el Perú también tenemos una montaña con
apariencia de mujer dormida, es la Bella Durmiente, en Tingo María,
departamento de Huánuco y esta montaña también posee su leyenda. Dos leyendas, dos países. He aquí otro aspecto curioso que nos asemeja, y no lo digo solo por las leyendas sino también por el respeto que tanto peruanos y mexicanos sentimos por las montañas (aquí en el Perú, por ejemplo, se les llama apus y todavía se les hace ofrendas y peregrinaciones).
Pongo a consideración de los amigos lectores
estas dos bellas leyendas que tanta emoción despertaron en mis alumnos.
IZTACCÍHUATL Y POPOCATÉPETL
Tonatiuh, el dios
sol, vive con su familia en el cielo 13 en el que no se conoce la oscuridad ni
la angustia. El hijo de Tonatiuh era el príncipe Izcozauhqui a quien le
encantaban los jardines. Un día el príncipe oyó hablar de los vergeles del señor
Tonacatecuhtli. Curioso fue a conocerlos. Las plantas parecían más verdes y los
prados frescos y cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se
acercó con presteza y al hacerlo, se encontró con una mujer que salía de las
aguas ataviada con vestidos de plata. Se enamoraron de inmediato ante el
beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos, recorrían un cielo y otro.
Pero los dioses les prohibieron ir más allá de los 13 cielos.
Los enamorados conocían el firmamento. La
curiosidad por saber qué había bajo de él hizo que descendieran a conocer la
tierra. Allí la vida es diferente. El sol no brilla todo el tiempo, descansa
por las noches. Hay más colores, texturas, sonidos y animales que en todos los
cielos recorridos.
Los príncipes, al descubrir que la tierra es
más hermosa que los paraísos celestiales decidieron quedarse a vivir en ella
para siempre. El lugar escogido para su morada estaba cerca de un lago, al lado
de valles y montañas.
Los dioses, furiosos por la desobediencia de
la pareja, decidieron un castigo. La princesa enfermó repentinamente, fueron
vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La mujer supo que esa era la
sanción de los dioses, Tonatiuh se lo hizo saber con sus abrasadores rayos. A
ella no le permitirían vivir.
Separándolos, con su muerte, para siempre.
Se lo dijo al príncipe, le pidió que la llevara a una montaña con el fin de
estar junto a las nubes, para que, cuando él regresara con su padre, pudiera
verla más cerca desde el cielo. Fueron sus últimas palabras, después se quedó
quieta y blanca como la nieve.
El príncipe con su preciosa carga a cuestas
caminó días y noches hasta llegar a la cima de la montaña. Encendió una
antorcha cerca de ella, la veló, como si la princesa durmiera.
Izcozauhqui se quedó junto a ella, sin
moverse, hasta morir. Ella se convirtió en la mujer dormida (Iztaccíhuatl) y él
en el cerro que humea (Popocatépetl). Símbolo del amor que desafió a los dioses
por cariño a la tierra, cuidan para siempre el valle de México. (*)
LA BELLA DURMIENTE
Desde tiempos antiguos cuentan la historia del joven hechicero llamado Cuynac, este iba a través de la selva del actual departamento
de Huánuco y allí se encontró con una bella jovencita, era la princesa
Nunash.
Los dos al verse mutuamente se enamoraron, y
construyeron una mansión cercana a Pachas, mansión a la que Cuynac le puso el
nombre de Cuynash en homenaje a su amada y a su amor.
La pareja vivió feliz por un tiempo, ellos
eran atendidos por servidores y vasallos muy leales, pero esa felicidad no
duraría por mucho tiempo, pues el padre de Nunash, enfurecido por estos amores
de su hija, fue a buscarlos y llevó a Amaru, la gigantesca y mítica serpiente que
posee cabeza de camélido, cola de pez y gigantescas alas para que ataque al
hechicero.
Con la finalidad de no ser encontrados por
el Amaru, Cuynac, con su hechicería, logró convertir a la princesa en mariposa
y él se transformó en piedra con la seguridad de que después recobrarían su
apariencia real.
Convertida en mariposa, Nunash se internó en
la selva en busca de ayuda y regresó con varios hombres, los que le ayudaron a vencer
al monstruo. Luego la princesa logró retornar a su estado normal, pero Cuynac
no pudo hacerlo. Nunash, la bella princesa, buscó a su amado y no lo
halló. Cansada de buscarlo, se tendió a
descansar junto a una piedra sin darse cuenta que esa piedra era su amado
Cuynac.
Al quedarse dormida, la princesa soñó que la
voz del hechicero Cuynac le decía: “Pedí a los dioses que me convirtieran en
piedra y me escucharon, pero ahora no puedo recobrar mi apariencia humana y
permaneceré así para siempre. Si tú de verdad me amas, deja que te transforme
en una montaña con figura de mujer dormida y permanece a mi lado para toda la vida”.
La princesa atendió el ruego de su amado y desde
entonces quedó convertida en una montaña que se le conoce como la bella durmiente.
Continuará…
Morada
de Barranco, 30 de agosto de 2014.
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(*) Versión de Marko Castillo